En tiempos pasados, cuando los seres humanos eran cazadores y recolectores, debían asegurar su supervivencia. Imagina que estás en el bosque buscando alimento y te encuentras cara a cara con una leona. En este momento, experimentar cierto nivel de estrés y miedo es necesario para poder luchar o huir y permanecer con vida. Si nos quedamos paralizados, nuestra vida corre peligro.
El estrés es una respuesta normal del cuerpo ante situaciones desafiantes, es una reacción natural del organismo que se activa cuando se requiere altos niveles de energía; pero puede convertirse en un problema de salud mental si se presenta en forma crónica. Es una respuesta fisiológica que se activa en la hipófisis y el sistema nervioso simpático. Por otro lado, la ansiedad también tiene un componente fisiológico, pero es principalmente psicológica y se caracteriza por preocupaciones constantes.
Podemos diferenciar el estrés y la ansiedad, ya que el primero surge frente a un peligro o amenaza que está presente, como esperar los resultados de la selección universitaria. En cambio, la ansiedad se presenta frente a peligros que están en el futuro y son vividos como una amenaza, como preocuparse por aprobar todos los ramos en el primer año de universidad. En este segundo caso, el cuerpo se estresa, pero como no hay una razón real para escapar o algo en lo que ocupar la energía que produce ese estrés, surgen conductas como comer compulsivamente, agitación, cansancio, etc. El miedo, en cambio, es una emoción que surge como interpretación de una amenaza y nos permite huir, siendo necesario para nuestra supervivencia.
El estrés per se no es malo, necesitamos “algo” de estrés que nos permita funcionar y estar despiertos. El estrés nos entrega grandes cantidades de energía para funcionar y obtener un desempeño óptimo. Y no siempre su presencia implica pasarlo mal, por lo mismo muchas personas disfrutan los deportes de aventura o las visitas a los parques de diversiones. Sin embargo, cuando los niveles de estrés son altos y se prolongan en el tiempo, pueden generar problemas físicos y psicológicos.
Existen dos tipos de estrés: el eustrés, que es el que nos permite funcionar de manera adecuada y el distrés, que es el que cansa y nos bloquea. El eustrés es una especie de estrés positivo que se da por ejemplo cuando un atleta se encuentra en posición de partida de una carrera, muy atento a estar en buena posición y no hacer una partida falsa. En cambio, el distrés ocurre cuando la evaluación que debemos rendir es de una materia que no entendemos y sentimos que no podemos hacerle frente. En estos casos, sentimos desconcentración, frustración o desesperanza; síntomas físicos como agotamiento, dolores de cabeza o alteraciones gastrointestinales; síntomas conductuales como impulsividad, aislamiento e improductividad.
La ansiedad es la que está más asociada con pasarlo mal. Cuando el estrés nos lleva a un estado de excitación permanente comenzará a comprometerse nuestro sistema inmunológico, pudiendo con el tiempo incluso aparecer enfermedades crónicas.
Fisiológicamente, el estrés surge frente a un estímulo estresante, por ejemplo, voy caminando y comienza un perro a ladrar y mostrar sus dientes. En ese momento necesito estar atento para tomar una correcta decisión. Se activa la hipófisis, lo que permite la liberación de glucocorticoides como el cortisol que moviliza la glucosa para tener energía disponible para movernos, defendernos o huir. Además, en el sistema nervioso simpático se libera adrenalina y noradrenalina que son las precursoras del aumento del ritmo cardiaco, dilatación pupilar y agitación respiratoria. Está respuesta del organismo nos mantiene alertas y nos permite por ejemplo tomar la decisión de cruzar a la vereda del frente para no ser atacados por el perro, donde al dejar de percibir al animal como amenaza nuestro cuerpo es capaz de volver a la calma desapareciendo la respuesta de estrés agudo. Sin embargo, si estas sensaciones en nuestro cuerpo y la persistencia del cortisol se mantienen en el tiempo, esto nos lleva al deterioro del organismo lo que se asocia al estrés crónico.
Antes que aparezca el estrés crónico, aparecen señales como: irritabilidad, desconcentración, problemas musculares e insomnio. Es en este momento en donde debemos atender a las señales y hacer algo para revertirlo, pues si estos síntomas se mantienen en el tiempo el cuerpo se agota y ya no puede defenderse correctamente.
Algunas estrategias que nos ayudan a enfrentar el estrés son:
1.- Enfrentar las situaciones estresantes: tomar acción al respecto haciendo algo, escapando, resolviendo o aceptando la situación.
2.- Aumentar o mantener la capacidad de resistencia: para ello debemos cuidar nuestro cuerpo durmiendo y comiendo bien además de hacer actividad física.
3.- Permitir que el cuerpo descanse: con técnicas como la relajación o respiración.
Por tanto, es importante entender que el estrés no es necesariamente malo, sino que es una parte necesaria de nuestra vida. En lugar de luchar contra él, debemos aprender a percibirlo y atribuirle un significado adecuado para minimizar su impacto negativo en nuestra salud.